Hoy, parece que el esquí ha sido una actividad básica en la vida y la economía de Andorra desde la noche de los tiempos. Pero esta es una realidad muy reciente, novedosa en términos históricos, porque apenas empezó hace poco más de 55 años. Antes, en invierno, casi todo se detenía.

La transformación de los inviernos como época difícil y austera a las temporadas actuales de turismo, ha sido paulatina, pero rápida.

La construcción, en 1957, del primer telesquí, en el Coll Blanc, que implicaba la apertura de la primera y mínima estación, en el Pas de la Casa.

Nada fue fácil: Ni la aceptación de la idea misma, ni conseguir la financiación (alrededor de un millón de pesetas de entonces), ni superar la oposición y las medidas jurídicas del comú de Canillo (Ayuntamiento de Canillo), ni resolver los problemas técnicos que planteaba la propia construcción.

Un Pas de la Casa que nada tenía que ver con el actual, que había nacido poco antes, con el proyecto hidroeléctrico de Mateu (Fhasa. La primera compañía eléctrica de Andorra).

Miquel Montanya, el Calones, había levantado poco antes el primer refugio, el lugar se convirtió en un poblado provisional para acoger a los 400 trabajadores y la cabaña de dirección de las obras evolucionó en el chalet refugio, inaugurado en 1933 como centro de esquí, con un técnico de Fhasa, Àlvar Menéndez, al frente.

Un cable y un “autoruga” marca Citroën, adquirido por el propio Menéndez, fueron los primeros medios, precarios, para transportar a los esquiadores.

Deberían pasar ocho años más, para que Francesc Viladomat y su amigo Bernat Boixeda instalaran en la zona francesa del Pedrús – ante la falta de facilidades del común de Encamp – un telecuerda, que era aproximadamente como un telebaby y que costó 100.000 pesetas de las de 1952.

Mientras el deportista (Viladomat), participaba con el equipo español en los juegos de Oslo, Boixeda, con la ayuda de otro de los pioneros del Pas de la Casa, Jaume Brugat, había obtenido el permiso del ayuntamiento de Porta (Pueblo Francés en la frontera con Andorra).

Fue un mal negocio y tuvieron que desmontar el artilugio, sacarlo y para recuperar la inversión, transportarlo por las montañas, para poder  vender el material en Catalunya.

A mediados de la década de los 50, todos coinciden en que el esquiador olímpico Francesc Viladomat seguía obsesionado con la idea de realizar la primera estación de esquí andorrana.

El hijo, Joan, asegura que se reunieron tres factores favorables para conseguir su realidad. “Primero, la existencia de unos apasionados del esquí capaces de subir a pie para realizar dos bajadas al día. En segundo lugar, la visión emprendedora de un grupo de personas que ya habían salido en el extranjero y conocido otras estaciones; los Baró, Torrellardona, Salvans de Soldeu y Serra d'Arinsal. Y el tercero, la predisposición del propietario de los terrenos, el comú de Encamp (Ayuntamiento de Encamp), encabezados por Pere Torres Cauba y Serafí Reig”.

De la predisposición comunal hablan dos datos: un acta del común de 1956, no sólo favorable sino elogiosa de una iniciativa que consideraba atrevida y llena de riesgo; y el precio del alquiler de los terrenos para la estación en los dos primeros años, que fue de 10 pesetas, y que ascendería a 2.000 y 3.000, en los años siguientes.

En el 1968, cuando la estación ya funcionaba, el comú creó a Saetde (Empresa de explotación de las pistas).

Montaje problemático

El primer telesquí, aquel de 1957, se hizo contra una serie de dificultades y oposiciones que recuerdan el equipo coordinado por Miquel Ribas.

La primera intención era situar la salida cerca del refugio de Envalira y hacia las antenas de Sud Radio. Fue imposible, por el desacuerdo del Comú de Canillo (Ayuntamiento de canillo) por los terrenos de Concordia (Terrenos indivisos y mancomunados entre Encamp y Canillo).

Francesc Viladomat decidió situar la estación en terrenos de Encamp donde el comú había dado la autorización el 15 de febrero de 1956. La ubicación alternativa a Grau Roig tropezó también con reclamaciones de Canillo sobre Concordia y la oposición a la construcción de una carretera que era imprescindible.

El Comú de Canillo detuvo las obras, continuaron con la presentación de un recurso a través del abogado Joan Sansa, pero el síndic Francesc Cairat dio una orden taxativa de detener la carretera iniciada.

La opción final sería la zona del Coll Blanc. Pero las dificultades, administrativas y técnicas, todavía seguirían. El Comú de Canillo prohibió el tráfico de los camiones que transportaban los pilares del Puerto al Coll Blanc, porque debían atravesar Concordia. Incluso uno de los vehículos fue detenido por dos vecinos de Canillo a punta de escopeta. Desde entonces, el material se transportó cuando no existía vigilancia, cada noche, de julio a noviembre.

Al inicio de la instalación del cable, de nuevo los vecinos de Canillo se presentaron para impedirlo. Todo estuvo a punto de terminar en los tribunales, pero finalmente la situación se calmo.